RUTA 8: "Las Fuentes y La Ruta de la Madera"


9,4 Kilómetros. Dificultad baja / alta

Nuestro recorrido comienza en la Puerta de la Virgen. El Chorro, y el arroyo de las Fuentes que podemos ver asomándonos al quitamiedos que nos separa del terraplén del río, nos despiden cuando trazamos la curva que nos conduce por la derecha hacia poniente. Los pájaros de las choperas cercanos platican sus trinos sin orden ni concierto alguno, animándonos a avivar el paso. A cien metros, a poco de pasar la cantera, nos adentramos en la senda que, entre pinos y arizónicas, nos conducirán como un kilómetro hasta llegar al cruce de caminos que se forma en el vértice justo de la montaña del castillo. La senda es generosa en sombras, cuando luce el sol, y cuando ha llovido, lo es también en aromas. Las “arizónicas “  desprenden un olor balsámico cuando se humedecen. Llegados al cruce, hemos de tomar el camino del centro, hasta la cercana casilla que hace funciones de refugio. En las regueras del trayecto, crece con generosidad la falsa menta, durante la época que está en flor, se llena el paraje del aroma profundo de esta planta silvestre.

El camino se bifurca nada más cruzar el vado de la reguera. Hemos de seguir la vía de la derecha. No quedan muchos de los nogales que antaño escoltaban el camino por ambos lados, pero los pocos que quedan, nos ofrecen generosamente su fruto que, dejan caer a nuestros pies como regalos del cielo. El camino es cómodo de andar y se nos hará corto, debido a los postales que la naturaleza nos brinda a cada paso. Los sifones de la conducción de agua que abastece la villa, surgen de vez en cuando, dejando escapar los típicos bufidos. El nacimiento de las Fuentes está enclavado en el desboque de un vistoso barranco. El agua aflora en diferentes lugares, según la época del año y lo generoso en lluvias que haya sido la temporada. Es agua fluye entre calizas, pero es generosa y muy frescura, si llegamos en época de abundancia, podemos bañar y masajear nuestros pies, entrando y saliendo de la misma, con la regularidad que nuestro aguante nos permita.

Desde aquí tenemos tres opciones: Volver al pueblo, y habremos recorrido 4,8 km. Volver por la senda del Vadillo, que encontraremos río abajo (un recorrido sin demasiada variación de distancia), o, seguir barranco arriba para hacer parte de la “Ruta de la madera”.

Si decidimos seguir, hemos de tener en cuenta que no podemos hacer esta ruta con cualquier calzado, y que es mejor hacerla acompañado por si sufrimos una torcedura.

El plácido camino da paso a una senda en desuso que, sólo el ganado y algún curioso suelen hacer. La senda discurre por el margen izquierdo del cañón, o sea, por nuestra derecha. Es fácil perder la senda en ocasiones, debido a que el monte bajo se ha adueñado de su espacio. Salvo con la fuerza del día, las sombras se adueñan pronto del angosto lugar por uno u otro de sus lados, por lo que los contrastes de luz son extremos. Alguna sabina diseña una sombra en el espacio que podemos ver, pero lo normal es que la vegetación sea baja, debido al pastoreo, a las antiguas explotaciones agrícolas y… puede también que a las condiciones del ecosistema.

Entre peñascos se abre camino la ascendente senda que deja el cauce del barranco, bien seco o con agua, trazando preciosas eses y esculpiendo vistas y fotografías que no podremos evitar captar con la cámara. El punto más vistoso, si es que se puede destacar alguno, puede ser el denominado Pozo del Aceite. Tras llegar a un lugar rocoso y elevado, en consonancia con el agua o el propio cauce,  donde el camino se ve obligado a estrecharse y, las rodadas de los carros que por aquí transitaban han dejado marcadas sus huellas en la piedra, el camino y el cauce se encuentran a la misma altura, antes de que el líquido, cuando lo hay, se arroje en un suicida y estrepitoso salto que conforma una preciosa vista.

Como consecuencia de pastar las cabras en estos lugares, no es difícil encontrar algún esqueleto o cornamenta de algún animal en nuestra ruta, como tampoco es difícil que los buitres estén en ese momento pululando por los alrededores, y hasta que nos topemos con ellos mientras se dan un banquete de los restos de algún animal muerto.

Más adelante, en algunos lugares, el camino ha sido engullido en su totalidad por el barranco, viéndonos obligados a seguir por el mismo cauce. Si elevamos la vista, divisaremos en lo alto de una coronada montaña que queda al frente, la sombra de la Cueva María; de subir a ella, encontraríamos por el camino pequeños fósiles marinos que en el pueblo llaman palomas.

Quienes trazaron el camino hubieron de cortar en ocasiones la piedra a tajo, dejando las señales de tan agudo esfuerzo en las muestras que investigando se ven a los lados de la extinguida vía. Ahora por un margen o, por otro, llegamos hasta una especie de placeta que permite por nuestra derecha, tras Las Cabezuelas, abandonar el barranco. Buscaremos el valle de la vega de Campillos que ensanchará nuestro horizonte, hasta ahora circunscrito al escueto espacio entre montañas. Cruzaremos unos húmedos prados atiborrados de agua casi todo el año y avistaremos la carretera a unos doscientos cincuenta metros. El rugido de algún motor nos servirá para orientarnos y nos devolverá a la realidad después de habernos sentido apartados del mundo habitado. El balar de las ovejas churras que suelen pastar en esas tierras, llegará a nuestros oídos y nos hará buscar el rebaño con la vista. Llegaremos hasta una pequeña central eléctrica que se encuentra a corta distancia de la carretera y, dirigiéndonos a la derecha, volveremos carretera adelante hasta llegar al Collado Rubio. Desde aquí la carretera busca en descenso el valle de Cañete. A media cuesta encontraremos la Fuente de los Tornajos que, aliviará nuestra sed sin que hayamos de dejar la carretera. Nada más llegar al valle, se muestra cuajada de pinos y altiva delante de nuestros ojos, la crestuda montaña del castillo. Cruzada la hondonada natural, subiremos en busca de la senda que, por la umbría, anda inmersa entre el follaje de pinos; nos ha de conducir hasta La Puerta de San Bartolomé, donde daremos por concluida nuestra ruta.