RUTA 4: "El Gorgocil y el Chorreadero"


2,3 + 4,4 Kilómetros. Dificultad baja-media

El segundo pilón del Chorro, las hojas del primero y las piezas de la fuente de la plaza, por nombrar algunas, son de piedra caliza salida de la antigua cantera sita en el Gorgocil. El acceso se realiza a través de la pista que, partiendo de la Puerta de la Virgen, se dirige entre otros posibles destinos, al Chorreadero o a la Cabeza de Don Pedro.

La fuente del Chorro nos vuelve a ser útil como testigo y aprovisionamiento de agua. En esta ocasión partiremos por el camino que se pierde frente al arco. Dejando siempre la estructura de las murallas a la nuestra derecha.

Mi propuesta es, asomarse por la izquierda del camino, justo antes de girar y perder la replaza de vista, para avistar el arroyo de Las Fuentes que, durante una línea de unos cien metros, baja escalón tras escalón, entre los altos chopos de la ribera, formando una preciosa vista que nuestra posición elevada permite apreciar con detalle. Aquí no hay época del año que se salve de nuestras fotografías. Si es momento de mucho caudal, el río nos cautivará con su cantarina música, salida de los acordes en cada pequeño salto. Si es verano o, seco otoño, la vistosidad del propio cauce y los reflejos que, las amarillas hojas permiten en la escasa agua que continúa bajando, habrán pagado con creces nuestra curiosidad y el esfuerzo que hayamos empleado.

Subimos una pequeña cuesta, dejando la torreta a la izquierda, separada de nosotros por el cauce del arroyo, las murallas buscan el fortín por la derecha, escalando la cresta caliza. Mientras, a pie de camino, una pequeña cantera en desuso, intenta robar el protagonismo a la propia risca.

Pinos y arizónicos cubren de diferentes verdes la ladera del castillo, pero nosotros giramos a la izquierda a doscientos metros, cruzando el puente de S. Roque, por donde el agua se arroja en cascada, dibujando una preciosa postal, justo, al costado del viejo molino harinero.

La vereda, cubierta de pinos repoblados, será nuestro guía hasta llegar al mismo Gorgocil. A la derecha se abre un amplio espacio que, señalado por los chopos de la ribera, marca el arroyo desde las mismas fuentes hasta el lugar desde el que hemos partido. Chopera tras chopera, alcanzamos las Salinillas, donde el salitre impide que crezca poco más que rala hierba. Las colinas y montañas que vemos a nuestra derecha, están cubiertas de aulagas que, pueblan los otrora “rochos” donde se sembraba trigo. Ahora es terreno por donde campan ovejas y cabras. No tardaremos demasiado en llegar a un alto, desde donde avistamos una hondonada por la que discurre un reguero que, tras las tormentas, se encarga de conducir el agua procedente de los barrancos. El angosto lugar por donde el agua sale del pequeño valle, buscando la anchura que la llevará hasta el río si cabe, es, el propio Gorgocil. Es como un tajo profundo y escalonado en la piedra que conforma el esqueleto de la montaña. Una salida natural, forjada más por presión y por fenómenos que, por la orografía del terreno. De normal está seco, pero tras las lluvias o nieves, el agua corre por debajo del terreno hasta que aflora en la entrada del Gorgocil, obligada por la impermeabilidad de la caliza. A fuerza de tiempo, el agua y los sedimentos arrastrados han pulido sustancialmente la piedra, conformando un cauce que nos permite adivinar la bravura del agua cundo pasa frenética por allí. Por el costado del cauce, el ganado ha trazado un paso natural que le permite evitar dar un gran rodeo para buscar, como hace el agua, el valle. Allí, donde gira el camino a la derecha, se aboca el barranco en un salto; desde este lugar avistamos en el lado contrario la vieja cantera de donde salieran las mentadas piedras; se elevan las grandes e inclinadas vetas de caliza, hasta la cima de del pequeño macizo que llega hasta la misma torreta.